No pasaba por acá desde hace tres semanas. La ansiedad descrita en esa última entrada fue abrumadora, y los resultados no han sido los esperados. Tanto que me ha hecho replantear mi presencia en este blog. ¿Cómo escribir en la página de una editorial cuando mis textos no obtienen el reconocimiento esperado de las convocatorias en las que participo? ¿Con qué criterio puedo reseñar una obra literaria, si lo que escribo no pasa sino los primeros filtros de forma, pero no los de contenido? Escribir no es fácil, por más hábil que uno sea. Es mejor ser lector. Tal vez por eso es que hay más críticos que librerías.
Me queda el consuelo de haberlo intentado, de haberme arriesgado a participar. He aprendido a bajar las expectativas y a lidiar con el fracaso. Mis seres cercanos (familiares y amigos) siguen viendo en mí el talento que ellos desearían tener. Para ellos, los no buenos resultados son solo parte del proceso, para mí han sido un golpe durísimo con la realidad. ¿Dramático? Quizás, pero el anhelo de dejar una parte de mí en unas cuantas páginas es por ahora más fuerte que la frustración. Por eso vuelvo. Cada golpe me deja enseñanzas y nuevas historias por contar, y a levantar la cabeza y decir con orgullo que seguiré intentándolo.
Todavía faltan los resultados de otros dos eventos, y aunque considero que mis textos pueden obtener buenos resultados, ya sé que no debo esperar mucho de ellos, pues no depende de mí sino de lo que estén buscando los respectivos jurados. Ahora, a seguir escribiendo que las convocatorias no se acaban. Mientras más letras ponga sobre el papel, más y mejores textos van a salir, y mi estilo narrativo evolucionará sin límites.
Por ahora, y abusando de la confianza que me da la editorial para el uso de este espacio, les dejo por acá el prólogo de la novela que escribí para participar del concurso de la Cámara de Comercio de Medellín, en la que no quedé ni siquiera de finalista; me gustaría que dejaran su opinión si la idea aquí plasmada puede ser de su agrado, al fin y al cabo, son los lectores quienes definen si una obra es o no del gusto de un público más amplio. Con ustedes, las primeras páginas de «Amelia, toda ella». Por favor, sean amables.
Año 2035. Octubre.
Ya llevábamos más de dos años encerrados por culpa de la radiación, y por eso se nos estaba permitido salir a aprovisionarnos de víveres. El problema era conseguirlos. Debíamos ir buscando de casa en casa, de edificio en edificio, o de lo que quedaba de ellos. Todo esto siempre acompañados por soldados del ejército invasor y victorioso de la Tercera Guerra Mundial. Ese evento trágico que nadie vio venir, y que nadie vio acabar. Fue el más rápido y el más letal de todos los enfrentamientos bélicos de la historia de la humanidad. Tan letal, que la dejó sin ella.
Fue hace un poco menos de tres años, cuando por la avaricia y el orgullo de Bart Facegram, quien para ese momento era el ser humano con mayores riquezas materiales en el planeta, todo gracias a su gigante Facegram y a el control que tenía sobre todas las redes sociales y todos los medios de comunicación en el mundo, fue humillado públicamente por la hasta entonces presidenta de los Estados Unidos, la señora Maribell Amambo, esposa de quien ya había sido presidente varios años atrás, la misma que acababa de ser reelegida para otro periodo de gobierno al mando de la mayor potencia jamás conocida. Ese evento se conoció como el Juicio del Milenio, pues decir que era el del Siglo era infravalorarlo. Se enfrentaron la astucia y la inteligencia de la señora Amambo, quien acusó penalmente al señor Facegram de manipulación, alteración, modificación y destrucción de información que resultaba en contra de los intereses de la nación, y que con su entramado criminal había logrado poner a tambalear el puesto más importante del planeta, pues desde allí se manejaban todos los asuntos del mundo «libre», la famosa oficina oval de la Casa Blanca.
A Facegram todo le salió mal. Ni sobornando al jurado logró demostrar su inocencia. Iba a ser condenado, pero dos días antes decidió tomar justicia por su cuenta, y de la misma manera que se vio acorralado, obtuvo lo que quería: planificó detalladamente un golpe de estado, apoyado por los altos mandos militares del Pentágono, que resultó con la captura y posterior ejecución de la presidenta. Tomó el poder en sus manos y se dedicó a jugar con el mundo a su antojo. Fue un dictador que todo lo podía y nada ni nadie podía tocarlo. En esto último falló. No se dio cuenta del rápido movimiento diplomático que lideraban desde Rusia que, al ver el estado de tiranía establecido en Washington, buscó aliados en China, en Corea (que para ese entonces ya estaba unificada luego del acuerdo de paz obtenido en el 2030 gracias al apoyo de la señora Amambo), en la India, en Irán, en Turquía, en Israel, esto por el oriente, y en Francia, en Reino Unido, en Alemania, en España, en Italia, esto por Europa. La ejecución de la derrocada presidenta, fue el motivo para declarar la guerra. Rusia dio el primer golpe desde el oriente; atacó la costa oeste de Estados Unidos, bombardeando al estado de California con sendas bombas termonucleares que no dieron oportunidad a la población de resguardarse. Fue un ataque certero, en el que murieron más de cuarenta millones de personas, y en el que las pocas que quedaron, fueron afectadas por la radiación en los días y semanas siguientes.
El dictador Facegram, en medio de su ignorancia, además de defenderse atacando Asia y Europa, decidió atacar blancos más vulnerables, pensando que así no le quedaría nada a su agresor, por lo que sus bombardeos fueron dirigidos a Latinoamérica y África, pues en medio de su locura insistía que desde allí habían sido lanzados los misiles. Murieron millones nuevamente, unos cientos. Al ver estos ataques, el frente europeo entró en batalla con potentes bombardeos a las ciudades más importantes de la costa este norteamericana; cayeron sin oponer resistencia New York, Boston, Filadelfia, Miami, Orlando, y obviamente la capital, Washington, a la que destruyeron en su totalidad. En esta ocasión el número de víctimas fue superior a los dos mil trescientos millones de habitantes.
En este último ataque, cayó también el dictador, y lo que hace apenas unas semanas era el mayor país del mundo. Como la historia se repite, lo que quedaba de territorio se lo repartieron entre los vencedores: China se quedó con lo que antes era el territorio de California, India con lo que era el estado de Washington, Rusia se quedó con Alaska y los estados del centro del país, pues por ser el país instigador exigió mayores recompensas, y los demás países se dividieron la costa faltante en el estado de Oregón. Los europeos mientras tanto hicieron de las suyas con el costado oriental. Fue así como Italia se quedó al norte en los estados de New York hasta Maine, Francia se quedó con las Carolinas del norte y del sur, Georgia y Florida, Alemania desde New Jersey hasta Virginia, y España «reclamó» sus territorios latinos. Estos últimos eran los soldados invasores y victoriosos que nos acompañaban en los recorridos de búsqueda de víveres. Por su parte, Canadá se mantuvo neutral y aunque no fue bombardeado, sintió los efectos de la contaminación por radiación que llegaba desde su vecino del sur. Israel aprovechó la contienda para atacar a sus enemigos históricos, destruyendo casi en su totalidad a Siria, Jordania, Palestina, y terminó convertido en una nueva isla del mar Mediterráneo.
En Latinoamérica ya habíamos logrado unificar nuestras monedas. Luego de superada la época del coronavirus, los mandatarios de habla hispana se reunieron para potenciar la región de manera colectiva, desligándose del control norteamericano y creando una divisa fuerte, capaz de competir en el mercado internacional al mismo nivel del dólar y del euro. Fue así como nació el Frutal. Se le dio ese nombre con el fin de obtener algo con lo que todo el territorio se sintiera identificado, y no solo seguir con el devaluado Peso, o el Bolívar, o el Colón, o el Real, monedas que recordaban todos los eventos de corrupción presentados durante los peores momentos de la pandemia. Cada país era libre de adornar sus billetes con lo más representativo de su región, respetando unos estándares comunes a todas las naciones. Al poco tiempo, los coleccionistas de billetes se esforzaron en conseguir Frutales de todas las denominaciones y de todos los países. De esta manera la inflación se regularizó en la mayoría de naciones, salvo algunas excepciones en donde la tasa de cambio sí sufrió un revés importante.
Parecía que todo al fin estaba empezando a funcionar como región cuando ocurrió la guerra. En esas dos semanas todo cambió. El efecto nuclear de los bombardeos se sumó al grave problema que teníamos con el cambio climático, todos los glaciares se derritieron, aumentó el nivel del mar y el litoral se modificó sustancialmente a lo largo de todos los continentes. Durante el periodo de aislamiento obligatorio por culpa de la radiación, el suministro de agua dulce se interrumpió, y muchos de los pocos sobrevivientes, fallecieron también por inanición y deshidratación.
Cuando todo se empezó a normalizar, y las salidas se permitieron, la sensación de soledad, destrucción, desesperanza y depresión, fueron el pan de cada día. La tasa de suicidios era cada vez más alta. Los sobrevivientes éramos cada vez menos, pero como buenos colombianos, siempre le sacábamos el lado bueno al asunto, y el humor empezó a ser nuestra mejor arma para apoyarnos mutuamente. La desconfianza crecía en nuestro interior, pero solo se veía reflejada hacia el ejército invasor que, en una movida deleznable, clausuró todas las fuentes hídricas que aún vertían algo de agua dulce, y las quebradas y ríos que históricamente habían atravesado nuestro país, estaban siendo retenidos para el envío hacia el exterior donde la sequía era total; de esta manera garantizaban el suministro a los suyos, sin importarles qué pasaba con nosotros.
Yo tenía en mi poder Frutales de varios países, aunque ya solo servían de colección. Si queríamos comprar algo, solo se podía en euros, que obviamente nadie tenía, por lo que la prostitución, el cultivo de plantas para producir narcóticos, y la destilación de alcohol para la producción de bebidas espirituosas, se convirtieron en nuestra moneda de cambio. Todo lo que alguna vez, en condiciones democráticas y libres, se había buscado regularizar y legalizar, se convirtió en nuestra salvación y a la vez nuestra válvula de escape. No teníamos noticias del resto del mundo. Éramos lo que quedaba y como tal teníamos que seguir adelante. Las comodidades y tecnología que disfrutamos mientras crecíamos en nuestras ciudades, ya eran cosa del pasado. Aunque éramos libres de andar por cualquier parte, la necesidad de encontrar un refugio seguro durante el día nos obligaba a permanecer lo más cerca posible durante las salidas. Estas se hacían de noche para evitar que los rayos gamma y ultravioleta fueran más dañinos de lo que ya eran. En medio de aquel caos ordenado, de aquellas vidas sin futuro, sin pasado, sin presente, en medio de la brutal ausencia de sentidos, donde solo importa sobrevivir, y más aún en estas tierras olvidadas por el destino, que fueron víctimas de la locura de un hombre a miles de kilómetros de aquí, es el lugar en el que suceden los hechos que relataré a continuación.
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